Tres mandatos de la educación femenina
La formación de las jóvenes a comienzos del siglo XX buscaba inculcar la feminidad en las alumnas, llamándolas a cumplir con tres mandatos: sostener la familia, formarse como ciudadanas y asistir desde su condición de madres al desarrollo del país..
Su aporte era considerado relevante tanto en el espacio público como el privado, ya que la sociedad necesitaba trabajadoras y la familia madres más eficientes. A principios del siglo XX, la visitadora de liceos de niñas, Guillermina von Kalchberg recomendaba:
«La educación femenina de los liceos debe completarse por medio de un curso dedicado especialmente a proporcionar los conocimientos teóricos y prácticos que la mujer precisa para poder desempeñar con todo acierto las tareas que le incumben como dueña de hogar, madre de familia y ciudadana ilustrada y culta de la Nación» (1915, 29).
La instrucción primaria, secundaria y universitaria, formaba a las pupilas para replicar su rol de madre en la sociedad, y aplicar los conocimientos de la ciencia en el hogar:
«En Matemáticas hace el profesor que la alumna piense i raciocine valiéndose de su propio criterio. No importa que la madre de familia no recuerde tal o cual teorema de la jeometria; pero el estudio de este ramo la ha enseñado a pensar por su propia cuenta, a raciocinar con precision, i asi podrá resolver cualquier caso de la vida práctica con lójica segura» (Liceo Isabel Le-Brun de Pinochet 1900, 4).
Educación de la mujer: un servicio a la patria
La instrucción escolar y universitaria de las jóvenes fue una preocupación creciente de las clases dirigentes de fines del siglo XIX, pues estaba asociada con las aspiraciones ilustradas de la República:
«Los progresos del mundo y la civilización permitieron a la mujer obtener conocimientos; reaccionó, pensó y se consideró con derecho a no ser únicamente la esposa del hombre sino que ayudar a éste en sus tareas más difíciles» (Escuela Técnica 1932, 23).
Luego, ya entrado el siglo XX y en medio de la crisis económica que asolaba el país en los años treinte, las escuelas promovieron el valor de la abnegación femenina:
«Y así vemos que hoy día la vida de la mujer es mucho más pesada que la de la mujer de antaño, pues tiene una doble tarea que cumplir, atender su hogar y sus hijos si los tiene. En estos momentos en que la más completa miseria amenaza al país, ha demostrado la mujer todo su valor, pues, sabe sufrir con resignación y sobreponerse con superioridad en los momentos angustiosos que se presentan en su vida» (Escuela Técnica 1932, 23).
Las mujeres eran, así, moralmente superiores a los hombres, pues tenían la misma capacidad de instrucción y eran aptas para un esfuerzo mayor. Se decía que su rol era tan amplio como el del hombre, pero era «más intenso por referirse a la moral, salud y vigor de la familia, cuyos efectos se proyectan en el futuro de la raza» (Álvarez 1922, 43).