A principios del siglo XX, la enseñanza de historia en las escuelas chilenas estaba centrada en Europa y las grandes civilizaciones de la Antigüedad. Las conquistas de Alejandro Magno, la expansión de Roma y las Cruzadas, por ejemplo, se estudiaban con gran detalle, a menudo con la ayuda de mapas históricos que permitían a los alumnos visualizar los escenarios donde cada uno de esos procesos se había desarrollado. En este sentido, el uso de los mapas en el aula tenía entonces como objetivo apoyar la enseñanza de la historia universal más que estudiar el territorio mismo.
En 1912, los pedagogos reunidos en el Congreso Nacional de Enseñanza Secundaria alzaron la voz para manifestar su inquietud por la excesiva atención que prestaba el currículo de Historia y Geografía a contenidos foráneos. Por el contrario, consideraban que la asignatura debía concentrarse en el estudio del propio país y de aquellas regiones con las que este se relacionaba más estrechamente. Semejante postura parece haber ganado terreno, pues durante las décadas siguientes se observa en los manuales educativos una tendencia a priorizar la historia y geografía nacional.
En tal contexto, los mapas se transformaron no solo en una valiosa fuente de conocimientos geográficos, sino también en un instrumento de construcción identitaria. A través de ellos, los futuros ciudadanos podían visualizar la extensión, límites y forma del territorio que habitaban y reconocerlo como propio. Con este mismo afán, las cartas de la época usualmente incorporaban elementos iconográficos -por ejemplo, los emblemas nacionales, los rostros de los padres de la patria, representaciones de episodios históricos o del paisaje, la flora y la fauna locales- destinados a afianzar en la conciencia colectiva la asociación entre territorio y nación.
Fuera de su función pedagógica, política y simbólica, los mapas encierran un carácter mágico, que permite a los estudiantes realizar viajes imaginarios y transportarse en el tiempo y el espacio. Pero también es posible analizarlos como documentos históricos en los cuales se refleja bastante más que la superficie terrestre: también se manifiestan las cosmovisiones, tecnologías y convenciones de cada época, así como las relaciones de poder y las ideologías subyacentes a su confección.
Lo anterior es parte de las reflexiones surgidas de una investigación basada en el análisis de los materiales cartográficos que conserva el Museo de la Educación Gabriela Mistral. Se trata de reproducciones de alrededor de 250 mapas diseñados entre 1884 y 1963, en su mayoría adquiridos por el Estado para su uso en las escuelas públicas chilenas. En conformidad con los planes de enseñanza de cada época, incorporan información relacionada con diversos aspectos, como la geografía física, la demografía y las actividades económicas de los territorios representados. Dentro del conjunto sobresalen ejemplares con ilustraciones de emblemas patrios, registro de rutas ferroviarias y comerciales -representativas del progreso del país-, o referencias a la historia de Chile, aportando con ello al fortalecimiento de la identidad nacional. La colección también incluye mapas tanto históricos como políticos de otras regiones del mundo, como América, Europa, Asia y Oceanía.
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