Entre fines del siglo XIX y comienzos del XX se produjo en Chile una escalada de movilizaciones sociales que revelaron un mundo popular dispuesto -como nunca antes- a desafiar los marcos institucionales. Frente a ello, las autoridades consideraron urgente hacerse cargo de la instrucción cívica de niños y jóvenes, para asegurar la formación de una ciudadanía respetuosa del orden social imperante. Con este fin, desde 1901 se incorporaron formalmente en el currículum de Historia y Geografía contenidos relativos a la noción de patria, a los derechos y deberes, y a la organización del Estado, materias que en 1912 pasaron a conformar la asignatura de Educación Cívica.
Conforme a la idea de que el porvenir de la nación dependía estrechamente de la calidad de sus futuros ciudadanos, la nueva disciplina buscó inculcar desde temprana edad los valores del civismo de la época. El principal de ellos fue el amor a la patria, que los educadores definían como un sentimiento «superado únicamente por el amor a Dios», capaz de despojar a las personas de su natural egoísmo e inspirarlas a hacer grandes sacrificios. Por otra parte, se instruía a los jóvenes sobre sus derechos y obligaciones como ciudadanos, poniendo especial atención en estas últimas, pues se sostenía que era «más importante cumplir los deberes que ejercer los derechos». Semejante enfoque apuntaba a modelar una ciudadanía obediente, responsable y disciplinada, poco inclinada a cuestionar el orden establecido.
Uno de los medios para promover dichos valores fue la enseñanza de la historia nacional, llamada a cumplir un papel fundamental en la construcción de la identidad patria: a través de lecciones y actividades centradas en los acontecimientos históricos relevantes, los héroes patrios, el territorio y los emblemas, la asignatura contribuía a fortalecer el sentido de pertenencia a una comunidad. Otros cauces para la trasmisión de contenidos de carácter cívico fueron los actos conmemorativos realizados en las escuelas -a menudo por instrucción ministerial-, las revistas estudiantiles y los textos escolares de asignaturas distintas a la Historia o la Educación Cívica. Ejemplo de lo anterior son los silabarios, especialmente aquellos destinados a la alfabetización de adultos campesinos, que incorporaban relatos ejemplarizadores sobre cómo debía conducirse un buen ciudadano.
Las múltiples variaciones que experimentó a lo largo del siglo XX y continúa experimentando hasta el día de hoy demuestran que la formación ciudadana ha sido un campo en permanente disputa. Ello se explica por la estrecha relación de la disciplina con los proyectos políticos, económicos y sociales que los distintos gobiernos han pretendido instalar, y con el tipo de ciudadano que cada uno de ellos ha necesitado para legitimarse, desarrollarse y mantenerse. En una época de importantes desafíos para la convivencia nacional y de profundos cuestionamientos al orden establecido, revisar la trayectoria de la formación cívica en el país resulta especialmente relevante a la hora de preguntarnos, nuevamente, qué tipo de ciudadanas y ciudadanos necesita Chile.
Descarga el artículo completo "'Es más importante cumplir los deberes que ejercer los derechos'. La trayectoria de la formación de ciudadanos para la patria en Chile", por Catalina Saldaña.