Con la institucionalización de la escuela aparecieron distintivos escolares para identificar y diferenciar a los establecimientos: el uniforme y las insignias.
El origen del uniforme escolar se vincula a la implementación de la disciplina y los ejercicios militares a principios del siglo XX, considerados efectivos para modelar del carácter ciudadano.
Carlos Ibáñez del Campo indicó su uso en las aulas para ese objetivo. Antes las entidades públicas no exigían ningún tipo de vestimenta, salvo tenidas formales en algunas escuelas secundarias como el Instituto Nacional.
Bajo el gobierno de Eduardo Frei Montalva en 1964 se decretó la utilización de este atuendo en los estudiantes de primaria y secundaria, con el fin de homogeneizar a la población estudiantil.
El uniforme fue uno de los primeros distintivos de quienes asistían a un colegio.
En la primera mitad del siglo XX los establecimientos diseñaron sus propias insignias para diferenciarse entre sí ante la creciente expansión de la cobertura educativa.
La singularidad institucional de la escuela fue propiciada por el Estado. Por ejemplo, el Reglamento General de Educación Secundaria de 1928 indicaba:
"(Art.10) Cada colegio tenderá a adquirir una personalidad que lo distinga de los otros, por medio la intensificación o preferencia de determinados estudios, de sus asociaciones de alumnos y exalumnos, de sus centros deportivos y de sus recuerdos tradicionales. Con ese mismo objetivo tendrá un día del año, propio del colegio, consagrado a celebrar su fundación o a conmemorar un hecho histórico de carácter nacional o local"(Donoso, 1937:325).
Para identificarse, las escuelas crearon imágenes y seleccionaron símbolos para las insignias. Estas se prendían en la ropa del alumnado para mostrar su pertenencia a un recinto.
El Museo de la Educación posee una vasta colección de insignias de diversos establecimientos educacionales. Su iconografía representa la localidad geográfica, los saberes impartidos o los valores de cada plantel.